¿Què quieres que diga? ¿Las preguntas retóricas también llevan signos de interrogación? Me paso en esos 40 metros cuadrados sobre 10 horas al día. Ahora mismo, todos los días. Sin descanso. Lo único que quiero, cuando salgo de ahí, es evitar volver a pensar en algo que tenga que ver con ello. Con esa gente, con ese tirador de cerveza, con esa cafetera…
Este envío no es de siglas, ni de sistemas operativos libres, ni de fotos de gatos que he encontrado a las 4 de la mañana. Es sobre mi sensación de cansancio. De algo que ya has visto tantas veces que sabes que no va a suponer nada nuevo para ti. Es sobre algo que odias, pero que aprendes a amar, solamente por la necesidad de pasar 10 horas agradables, currando a saco pero riéndote, desquiciado pero desahogándote. Sobre todo porque sabes que se acaba, que al cerrar la persiana el bar se ha quedado perfecto para que al día siguiente a las 9 vuelva a ensuciarse todo, a vaciarse el barril, a tener que moler más café y fregar más vasos.
Ahora estoy delante de la plancha, cocinando los pechugas completas. Me gusta que, al pasar 10 minutos seguidos allí, cualquier otro sitio del bar me parezca un lugar fresquito. Por lo menos es un cambio de aires, porque poniendo cañas no aguantaba una semana más. Estaba avisado y el cambio nos ha venido bien a todos.
Quedan menos de 60 días para acabar el verano. Y mi paso por ese bar. Y, con toda probabilidad, mi paso por Gandia. Y sé que echaré de menos muchas cosas. Pero también sé que todas las cocacolas que me beba después del 15 de septiembre serán pagadas. No volveré a trabajar en un bar en mi vida. Antes moriré e iré al infierno, o al cielo de los listos.